LAS PRIORAS DE SIGENA:

SANCHA JIMÉNEZ DE URREA (1225-1237)

Perteneció a una de las ocho casas de la gran nobleza aragonesa, que con el tiempo entroncaría con los Luna y los Aranda, por lo que no es de extrañar que formara parte del grupo de mujeres cercanas a la reina Sancha que constituyó la primera comunidad sigenense.

Parece ser que muy pronto logró escalar en la jerarquía eclesiástica y llegar al puesto de subpriora, honor del que gozaba a la muerte de la priora Osenda de Lizana. Al ejercer el cargo de subpriora, correspondió a Sancha organizar los preparativos para la elección de una nueva priora. Así, fue ella quien convocó a los pobladores de los lugares bajo el señorío de Sigena para que custodiasen las puertas del monasterio y evitar la entrada de cualquier persona. Con esta medida, que había sido acordada entre su predecesora Osenda y los representantes de estas poblaciones y que se seguirá a partir de este momento, se buscaba impedir que alguien ajeno a la comunidad de religiosas interfiriese en la elección. Como resultado del cónclave Sancha Jiménez de Urrea salió elegida como nueva priora, la cual promocionó a Sancha Jiménez de Luesia, Oria Jiménez de Luesia y Alaydis, condesa de Armagnac, a cargos de importancia.

Durante su mandato el patrimonio territorial de Sigena quedó definido de forma casi definitiva gracias, en gran medida, a las donaciones realizadas por Jaime I de Aragón. La relación entre este monarca y el monasterio fue muy estrecha, puesto que en él se hallaban los restos mortales de su padre, Pedro II, y de los caballeros que habían fallecido a su lado en la batalla de Muret (1214). Sin embargo, parece que esta relación superaba la de sus sucesores, quienes se habían erigido como protectores de esta institución. Autores como Mariano de Pano afirman que Jaime I buscó asesoramiento político e incluso militar para sus campañas valencianas en Sancha Jiménez de Urrea y en Oria de Valtierra. Razones que explicarían la decisión que este soberano tomó en 1226 de ser enterrado en el panteón real de Sigena, a pesar de que finalmente sus restos descansarían en el monasterio de Poblet.

Igualmente, a partir de ese año Jaime I confirmó al monasterio de Sigena y a su comunidad todas las donaciones que habían realizado sus predecesores, las cuales aumentó con nuevos territorios y heredades. Gracias a esta generosidad el monasterio pasó a tener posesiones en Cambor, Alcalá, Fandete, Candasnos, Yuberre, Sariñena o Lanaja. Así mismo Jaime les otorgó el castillo de Sariñena, con la facultad de que pudieran construir casas y habitaciones dentro del mismo. También entregó a Sigena diversas posesiones en Fraga o Zaragoza, encomendó a estas religiosas la administración y gobierno del monasterio femenino de Bujaraloz y les otorgó la mitad del dinero que se recaudaba en la morería de Calatayud. Posesiones a las cuales se sumaron las que diversos nobles, como Oria Jiménez de Luesia, quien al ingresar en la comunidad sigenense donó la villa de Aguas.

No obstante, muchas de estas donaciones no tenían verdadera importancia para el monasterio, en tanto que se encontraban dispersas y algunas de ellas muy alejadas de Sigena. Se entiende aquí la política implementada por Sancha Jiménez de Urrea de conseguir territorios en la ciudad de Huesca o en los Monegros -las villas y castillos de Bujaraloz y Peñalba-. La priora no dudo en invertir importantes cantidades de dinero en su compra o en cambiarlos por otros que, aunque pertenecían al monasterio, se encontraban mucho más alejados de este.

Tras la muerte de Osenda de Lizana y el acceso de Sancha al priorato, el Castellán de Amposta -la máxima autoridad de la Orden de San Juan de Jerusalén en la Corona de Aragón, a la cual pertenecía la comunidad de Sigena- trató de someter definitivamente a la priora a su soberanía. Como resultado, se publicó una nueva regulación de atribuciones entre el Castellán, Foulques de Tornel, y la priora, Sancha Jiménez de Urrea.

BIBLIOGRAFÍA

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