El Dominio monástico
Durante los primeros momentos de la Edad Media, los reinos cristianos peninsulares carecieron de un aparato burocrático que les permitiera administrar adecuadamente los territorios en expansión. En este sentido, órdenes militares y monasterios se situaron como ejes principales de la administración, al hacerse cargo de una serie de territorios sobre los que ejercían plena potestad: detentaban la jurisdicción e imponían rentas e impuestos a sus habitantes. En el caso aragonés, el monasterio de Veruela, situado a las faldas del Moncayo, los monasterios de Montearagón y Casbas, en el somontano oscense, o el monasterio de Rueda en el límite del Bajo Aragón son ejemplos de ello.
El monasterio de Sigena no fue diferente y, desde su fundación, ejerció una importante influencia en la vida económica, social y religiosa de los Monegros, gracias, fundamentalmente, a las importantes donaciones de los reyes. Así, establecerá mercados semanales que han llegado a nuestros días, repartirá lotes de tierras, llevará a cabo una importante labor de repoblación mediante la atracción de nuevos habitantes y fundará auténticas villas de señorío, entre otras decisiones vitales.
ETAPAS DE FORMACIÓN DEL SEÑORÍO
- 1.- NACIMIENTO Y FORMACIÓN DEL MONASTERIO 1188-1208
- 2.- GRAN EXPANSIÓN TERRITORIAL 1208-1237
- 3.- CONSOLIDACIÓN Y ESTABILIZACIÓN 1237-1281
- 4.- DECADENCIA 1281-1300
Cuando en 1188 la reina Sancha de Aragón auspició la creación del monasterio de Sigena lo dotó de un pequeño territorio del cual extraer las rentas que permitieran vivir a la comunidad de religiosas. El señorío original estaba formado por las villas de Sena, Sigena y Urgellet, situadas a orillas del río Alcanadre; posesiones que pertenecían a la reina gracias a que las había cambiado al Castellán de Amposta (máximo dirigente en la Corona de Aragón de la Orden de San Juan de Jerusalén) por un manso situado en Colong, cerca de Tarragona. Dentro de esa circunscripción, de unas 25.000 hectáreas (650 de las cuales eran de regadío) se decidió poblar una nueva villa, Villanueva de Sigena, poblada por gentes de los tres núcleos originales. Sin embargo, la necesidad de costear la construcción del monasterio hizo que el dinero producido en ese territorio no fuera suficiente por lo que Alfonso II se decidió a donar a la comunidad sigenense la villa de Candasnos en 1188, a la cual seguirían la villa de Ontiñena y amplias posesiones en Alcubierre. Pero los dominios del monasterio no se redujeron únicamente a los terrenos limítrofes, sino que simultáneamente fueron surgiendo focos menores repartidos por toda la Corona de Aragón, especialmente en las ciudades y villas más importantes. Estos inmuebles, que adoptaban la forma de casas, huertos, viñas o campos, pasaban a Sigena gracias a donaciones de particulares; o bien mediante las dotes que las nuevas religiosas entregaban al adoptar la vida monástica, o de gentes que buscaban la salvación eterna. Destacan dos tipos, las situadas en el Somontano oscense (Barbastro, Aguas y Huesca, donde llegó a fraguarse un barrio de Sigena) y núcleos dispersos (Tortosa, Lérida, Montroig y Calamocha).
Tras la muerte de la reina Sancha el monasterio de Sigena se encontraba al límite de sus posibilidades económicas, debido al gran coste de la construcción del templo y demás estancias del monasterio. Situación que se solucionó gracias a las importantes donaciones realizadas por el monarca Pedro II, hijo de Sancha y de Alfonso II. Este soberano entregó definitivamente la villa de Candasnos (1209), a la que se sumaron unos años después (1212) las villas de Lanaja y Ballobar. Resultado de lo cual el monasterio dobló su territorio, el cual pasó de unos 387 km2 a 691 km2.
A la muerte de Pedro II su hijo Jaime I continuó la tradición de sus antecesores de proteger el monasterio de Sigena y de ampliar sus dominios. En este sentido confirmó las donaciones de su padre y abuelos (Cambor, Alcalá, Farlete, Yuberre y Lanaja entre otros), además decidió donar a la comunidad religiosa el castillo y la villa de Sigena en 1226. Tres años después, en 1229, Ozenda de Lizana decidió ampliar el territorio del monasterio mediante la compra del castillo y la villa de Bujaraloz, ensanchando sus dominios hacia el Ebro. Si bien esto dejó una franja de terreno que impedía unificar las posesiones en los Monegros. Problema que solucionó Jaime I en 1235, cuando regaló al monasterio el castillo y la villa de Peñalba, con lo que el patrimonio territorial del monasterio quedaba ya prácticamente configurado.
Sigena aumentaba así sus posesiones en unos 276 km2, y alcanzaba la máxima expansión que los concejos de Pina y Fraga le permitían por el sur. Durante esta segunda etapa no faltaron tampoco donaciones privadas en las principales ciudades del reino, en especial en Huesca y Barbastro. Cabe señalar la realizada por Poncio Hugón, hermano de Alaydis, condesa de Armagnac y religiosa de Sigena, quien en 1226 entregó importantes haciendas en Alcolea, completando las posesiones al norte del monasterio.
Con la conquista de Valencia en 1238 por parte de Jaime I, los intereses de la monarquía se centraron en los nuevos territorios levantinos, lo que resultó en un olvido de las zonas más al norte del reino. Sigena se vio especialmente afectada por este cambio en la política real, puesto que dejó de aumentar su patrimonio a costa de donaciones de los soberanos, excepción hecha de la entrega que hizo Jaime I de algunos inmuebles y fincas en la recién conquistada Valencia (1238).
La disminución en las donaciones también afectó a las de carácter privado, que se vieron reducidas en cantidad y en extensión. No obstante, cabe destacar la realizada por Rodrigo de Lizana, quien en 1252 otorgó al monasterio extensas heredades en Olivito.
Durante este periodo las compras e intercambios de territorios realizadas desde el monasterio también disminuyeron notablemente, hasta carecer prácticamente de importancia. Únicamente se documentan la adquisición de algunos inmuebles en la ciudad de Huesca y de pequeñas heredades en zonas cercanas al monasterio.
El final del siglo XIII estuvo caracterizado por el fin definitivo de las grandes donaciones, así como el aumento de las deudas a cargo de las arcas sigenenses.
A ello se sumó la crisis interna de la comunidad de religiosas que dividida en dos bandos luchaba por imponer a sus candidatas en el puesto de priora. Conflicto que fue aprovechado por el Castellán de Amposta para intentar imponer su supremacía sobre el monasterio.
Todas estas circunstancias afectaron negativamente al monasterio de Sigena y a su política de ampliación del dominio territorial, el cual se fosilizó, excepción hecha de pequeñas incorporaciones carentes de una importancia real, hasta las desamortizaciones llevadas a cabo en el siglo XIX, momento en el cual desaparecieron los señoríos y se expropiaron las grandes posesiones monacales.
Bibliografía
- Ubieto Arteta, Agustín, El real monasterio de Sigena 1188-1300, Valencia, 1966.
- Ubieto Arteta, Agustín, El Monasterio dúplice de Sigena, Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 1986.
- Utrilla Utrilla, Juan F., «El Real Monasterio de Sijena en la Edad Media«, en Sesma Muñoz, José Ángel (coord.), Real Monasterio de Santa María de Sijena, CAI, 2004, pp. 43-82.
- Baches Opi, Sergio, «El monasterio de Santa María de Sigena», en Gavín González, Gonzalo (coord.), Comarca de los Monegros. Colección Territorio:1, Zaragoza, Departamento de Presidencia y Relaciones Institucionales, pp. 183-195.