Los otros cronistas de Aragón. Una tradición historiográfica

Francisco J. Alfaro Pérez
Universidad de Zaragoza

Argensola

A la muerte de Zurita fue nombrado cronista Jerónimo de Blancas, que ocuparía el cargo entre los años 1581 y 1590.

De este modo, uno tras otro, los cronistas del reino de Aragón fueron sucediéndose hasta llegar al último, Pedro Miguel Samper, a quien le tocó vivir la guerra de Sucesión y las consecuencias derivadas de los Decretos de la Nueva Planta, incluido el ocaso de su oficio real en 1711.

El perfil de los cronistas, salvando la impronta personal de cada uno, sería el de intelectuales bien formados, varones pertenecientes a familias aragonesas destacadas, muchos de ellos juristas o clérigos. El del cargo de Cronista, por su parte y con las mismas prevenciones, era el de un funcionario del reino, burocratizado, politizado si se quiere, encargado contractualmente de recopilar y de dar a conocer el saber (la versión oficialista) según quedaba estipulado: «Es condición que el dicho Cronista, tenga la obligación, (...) de recopilar todas las cosas notables de Aragón, así pasadas, y que no estuviesen escritas en Historias de Aragón (...) nombrando al dicho (…) Cronista durante todos los días de su vida natural, con doscientas libras jaquesas de salario de cada año, y con todos los demás honores, preeminencias y prerrogativas a dicho oficio de Cronista tocantes».

Los cronistas eran las personas encargadas por el reino para forjar, perpetuar y divulgar aquello que hoy está tan en boga como es la “memoria histórica”. Cometido que cumplieron de desigual manera en función de su capacidad, de su devoción y de su ideología. La figura de cronista fue un instrumento al servicio de las fuerzas vivas del reino y, por lo tanto, su labor debía coincidir con la voluntad de quienes lo dirigían, como de hecho sucedió casi siempre. La destrucción intencionada de los Anales del Reyno de Aragón de Juan Costa y Beltrán, sucesor de Blancas, donde describía e interpretaba lo acontecido en las alteraciones de Zaragoza del año 1591, deja translucir una situación excepcional donde la perspectiva de lo relatado, de aquello escogido y edulcorado para impregnar la memoria colectiva del pueblo, no concordaba con la imagen pretendida. Disonancia que se prolongaría con su sucesor, Jerónimo Martel, a quien también se le destruyeron sus Anales tachados de “fueristas”.

El Cronista Mayor de Aragón, como se le conocería a partir del siglo XVII, era un científico, un compilador, pero también el eje sobre el que oscilaba todo un aparato propagandístico, una pieza estratégica y sensible del articulado político del reino. Un buen ejemplo de las pretensiones políticas y personales que acosaban a esta figura lo hallamos cuando el historiador aragonés José Pellicer de Ossau (Zaragoza, 1602-Madrid, 1679), Cronista Real de Castilla y Mayor del Rey, favorable al valido Olivares y a su Unión de Armas, disputó, entre los años 1637 y 1638, el cargo de Cronista de Aragón a Francisco Ximénez de Urrea, quién permanecería en su posesión, entre otras cuestiones, gracias a la mediación de don Juan de Palafox y Mendoza, pariente y amigo común.

La derrota austracista y la aplicación política de Felipe V cambiaron de forma trascendental algunas estructuras administrativas e identitarias de Aragón. En tal proceso metamórfico se silenció definitivamente la pluma del reino, prevaleciendo la opinión del rey con la connivencia de sus viejos y de sus nuevos adeptos aragoneses.

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